Los hombres que llaman a su cónyuge “mi señora” siempre me
causaron alergia mental. Tal vez porque la expresión denota cierta falta de
atractivo o de deseo sobre la mujer a la que hace referencia. También me suena a
matrimonios que ya llevan muchos años, a relaciones de pareja que se parecen a
la de dos hermanos y a falta de sexo entre ellos.
En matrimonios cuyos integrantes ya ingresaron en la vejez no es tan grave la cuestión. Pero
oír el uso del “mi señora” de parte de algún hombre menor de cincuenta años, sí
me causa una mala impresión.
Y como no me gusta ser prejuiciosa, decidí investigar el
tema con el máximo rigor científico posible, a fin de desterrar de mí esa mala
impresión o terminar de instalarla definitivamente.
Para realizar la investigación tomé una muestra de quinientos hombres, que
seleccioné de manera aleatoria sobre una población integrada por individuos de
entre veinticinco y cincuenta años. Todos de clase media.
De los quinientos seleccionados, observé que ciento ochenta y cinco llaman a su cónyuge “mi señora”, doscientos once le dicen “ mi mujer”, noventa y tres se refieren a ella como “mi esposa”, seis utilizan el “mi chica” y cinco, “la patrona.”
Los hombres que utilizan a menudo la expresión “mi señora”
descuidan su físico y muchos están excedidos de peso. No le dan importancia a
la ropa que se ponen y dejan que “su señora” se las elija. Algunos tienen defectos ostensibles en su
dentadura. Se observan faltas de piezas,
dientes rotos o manchados, porque le tienen pánico al dentista y no van nunca.
Todos están casados legalmente, por iglesia (con fiesta incluida) y en
primeras nupcias, generalmente con la prima o la hermana de algún amigo del
barrio. Y si “la señora” no fuera la hermana o prima de ese amigo, sería la de
otro, porque en la vida hay que casarse,
no importa demasiado con quién.
Tienen dos hijos, un varón y una nena, “la parejita”, les gusta decir. Al nene le
ponen el nombre del segundo jugador más
emblemático del equipo de futbol del que son hinchas. Porque no fueron
precavidos y el nombre del primer jugador más emblemático lo gastaron
poniéndoselo a algún perro que tuvieron antes de que naciera su hijo.
Generalmente trabajan
como empleados administrativos y prefieren un empleo seguro, aunque el ingreso sea menor que el que podrían obtener
en otra actividad, porque a esta otra
actividad siempre la ven como muy riesgosa. Por eso suelen acumular mucha antigüedad en sus empleos, ya que
permanecen en el mismo puesto hasta que los echen, de la misma manera que
permanecen al lado de “su señora”, aunque
siempre tengan una lista extensa de quejas sobre ella.
Los hombres de este grupo esperan que llegue el fin de
semana para lavar el auto en la puerta de la casa y cortar el pasto de la vereda, actividades que
llevan a cabo con especial esmero.
Mantienen relaciones sexuales con “su señora” con una
frecuencia de una vez por semana, los días sábados a la noche, o en la hora de
la siesta, si justo ese sábado llovió y no pudieron ni lavar el auto ni cortar el
pasto de la vereda. En esta actividad no ponen tanto esmero, pues lo hacen
siempre en la misma posición: “la señora” arriba y ellos abajo, para no
moverse. No realizan juegos preliminares
ni hablan de sus fantasías sexuales. No sabemos si las tienen.
El fin de semana lo completan con el paseo de domingo a la
tarde, que casi siempre consiste en ir con “la señora” y los chicos a sentarse
a tomar mate a la vera de la Panamericana.
La mayoría se van de vacaciones todos los años al mismo lugar y en la misma
fecha, a un departamento que le alquilan al jefe. Pero una minoría de este grupo
nunca se va de vacaciones porque tienen miedo de “dejar la casa sola”.
Son rígidos en sus gustos alimentarios y es casi imposible
sacarlos de la pizza, el asado y las empanadas de jamón y queso. De éstas últimas, siempre afirman que no hay
como las que hace “su señora”. La bebida que toman a diario es el amargo
serrano “Terma”. En las fiestas,
prefieren el ananá fizz, aunque tengan a mano una botella del mejor champagne
francés.
Todos son creyentes. Hasta afirman dialogar a diario con un
ser superior al que llaman “el barba”.
“A mí el barba me escucha”, “Yo se lo pedí al barba y ahora estoy
esperando”, “Hay que ver si el barba quiere”, dicen a menudo. Muchos llevan un rosario colgado del espejo retrovisor
del coche. Algunos cuelgan también una cintita roja al lado del rosario. Otros,
cuando se compran un auto nuevo, lo primero que hacen es ir a Luján a hacer
bendecir las llaves. Es que les da miedo
que les pase algo bueno, pues temen que “el barba” se los cobre con una desgracia
de la misma o mayor magnitud que el beneficio recibido. Y se aferran a
cualquier cosa para ahuyentar el infortunio.
Muchos individuos que dicen “mi señora” están convencidos de que los norteamericanos
tienen guardados extraterrestres muertos en algún subsuelo de la Nasa. Se lo
discuten a cualquiera y a viva voz, con fechas y datos precisos de lugares y
circunstancias, pues no se pierden documental sobre la materia.
Este tipo de hombres está desaconsejado para mujeres a las
que no les disgusta el cine francés y que desean tener orgasmos, aunque sea una
o dos veces por año.
Luego tenemos al
grupo integrado por los hombres que llaman a su cónyuge “mi esposa”. Estos son muy diferentes a los anteriores. Les
gusta ser elegantes y se compran buena ropa, que ellos mismos eligen. También
se preocupan por progresar económicamente y están siempre pensando en qué
innovación o cambio pueden hacer en sus trabajos para conseguirlo.
Saben de vinos, de
comidas y de viajes. Siempre buscan en
internet restaurantes nuevos en los que
puedan probar platos desconocidos y se van de vacaciones a algún lugar en el que haya entretenimiento suficiente para sus hijos, a fin de poder
pasar tiempo a solas con su esposa. Les encanta alojarse en hoteles boutique y no le tienen miedo al dentista.
Mantienen relaciones sexuales cuando realmente sienten ganas y hablan de sus fantasías sin pudor, porque
generalmente no son tan prohibidas ni aberrantes.
Muchos sonríen la mayor parte del día dejando ver los hoyuelos que se les forman en sus mejillas.
Y por estos hoyuelos, los hombres de este
grupo son a menudo tentados por mujeres que
no son justamente “su esposa”.
Desgraciadamente, algunas veces caen en la tentación, porque nadie es perfecto, qué le vamos a
hacer.
Los que dicen “mi mujer” y están casados o en concubinato constituyen
un grupo heterogéneo, con miembros que combinan características de los que dicen
“mi señora” y “mi esposa”. Por eso no
voy a explayarme sobre ellos y menciono sólo el único detalle
significativo que encontré: unos cuantos de los que dicen “mi
mujer” tienen también “otra mujer”, la misma desde hace años.
Pero además existe un ejemplar de hombre que utiliza la expresión “mi mujer” y sólo está de novio con una chica (sin convivir). Este es un individuo que alguna vez ha
tenido un episodio de impotencia sexual y se quedó traumatizado. Por eso necesita demostrarle al
mundo que él es muy capaz en la materia, que tiene sexo a menudo y que por eso su novia es “su mujer”, para que no le queden
dudas a nadie de que a él se le para todos los días.
Luego tenemos otro grupo minoritario, integrado por aquellos
que utilizan el “mi chica”. Estos no están casados ni en concubinato con "la chica” en cuestión. Sólo están de
novios y generalmente los noviazgos duran poco tiempo, porque no asumen un
compromiso y son hipo afectivos. Creen
que viven una vida de serie norteamericana y muchos se consideran la mezcla perfecta entre Jack y Sawyer de Lost.
A su chica la eligen con el mismo criterio que usan para elegir un auto. Sencillamente, buscan siempre conseguir la mujer que es considerada la más linda por sus amigos, conocidos y familiares. Cuando tienen relaciones sexuales, están atentos a los defectos que encuentra en el cuerpo de “su chica”, pues temen que esos amigos, conocidos y familiares noten esos defectos cuando alguna vez vean a “su chica” en traje de baño.
A su chica la eligen con el mismo criterio que usan para elegir un auto. Sencillamente, buscan siempre conseguir la mujer que es considerada la más linda por sus amigos, conocidos y familiares. Cuando tienen relaciones sexuales, están atentos a los defectos que encuentra en el cuerpo de “su chica”, pues temen que esos amigos, conocidos y familiares noten esos defectos cuando alguna vez vean a “su chica” en traje de baño.
Los integrantes de este grupo también tienen un horizonte
alimenticio reducido. Sólo comen en Mc Donald’s, Burger King o T.G.I. Friday’s. Toman
gaseosa light y jamás beben alcohol.
He detectado algunos
ejemplares de este tipo que poseen cuatriciclo y los fines de semana van a
algún lugar a hacer piruetas con el artefacto, siempre delante de “su chica”,
que al principio lo mira y aplaude, y luego de un tiempo piensa seriamente en volverse lesbiana.
Lo bueno de estos hombres es que te acompañan a la
depiladora, porque ellos también se depilan, algunos con más frecuencia que “su
chica”.
Y por último encontramos al que usa la expresión “la
patrona”. “Hay que ver qué opina la patrona”, “Si la patrona quiere, voy”, suele decir. No le importa que su interlocutor imagine que en su casa lo espera una
mujer vieja, que pesa ciento cincuenta kilos, que tiene pelos en la cara, y que
está vestida con un batón verde, siempre en la cocina y usando el palo de amasar. ¿O qué otra cosa se
puede pensar de una mujer que es llamada “la patrona”?
No sé si estos hombres se dan cuenta de lo mal que hacen quedar a sus
mujeres usando la locución “la patrona”. Pero lo que sí sé de estos hombres es
que son muy cobardes y tienen serios problemas para decirle “no” a alguien. Por
eso prefieren jugarla de dominados, con la excusa: “la patrona es la que decide”
para así sacarse de encima sin más trámite a un vendedor pesado o a un amigo que los invita a alguna reunión a la
que no quieren asistir. Pero en el interior de su hogar las cosas no
son así y "la patrona" no existe como tal. Generalmente son los hombres los que mandan en esas casas y en este grupo he observado a
muchos que no soportan a las mujeres que ocupan un puesto superior al de ellos o que tienen un nivel de estudio más elevado. Por eso tener una jefa mujer es el colmo
del individuo que usa la expresión “la patrona”.
Y mi colmo son ellos, los que dicen "la patrona". De tener un marido que me llamara así, interpondría una demanda de divorcio inmediata. La causa: injurias graves.